26 de diciembre de 2025
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Compartir en Facebook Compartir en X Compartir en LinkedIn Compartir en WhatsApp Copiar enlace Guardar artículoGuatemala atraviesa un momento decisivo de su historia. Frente a cada proceso electoral reaparece la tentación de buscar figuras carismáticas, discursos brillantes o líderes que deslumbran por su oratoria, pero la experiencia nos ha demostrado que el carisma, por sí solo, no gobierna ni construye patria. Hoy, más que nunca, Guatemala no necesita un caudillo ni una figura mediática: necesita un Estadista. Un Estadista no es necesariamente el más popular ni el más elocuente, sino aquel que tiene ideas claras, principios firmes y una profunda comprensión del Estado. No se trata de elegir al más brillante ni al que “le toca”, sino al mejor. Y como ciudadanos, tenemos el derecho y la obligación de exigir lo mejor para el país.
Los sondeos coinciden en que la principal preocupación de los guatemaltecos sigue siendo la economía. Por ello, el futuro presidente debe conocerla a fondo, no solo desde los libros o las teorías, sino desde la experiencia real. Guatemala necesita a alguien que sepa lo que cuesta crear empleo, sostener una empresa, enfrentar la burocracia y superar las dificultades que viven quienes generan trabajo. Un empresario exitoso comprende el valor del esfuerzo productivo, pero eso no basta. El Estadista debe, además, conocer al Estado desde dentro, haber servido en altos cargos públicos y entender cómo funciona el Gobierno, sus fortalezas y, sobre todo, sus debilidades.
Ese conocimiento práctico debe ir acompañado de un dominio claro del marco legal. El Estadista conoce las leyes que rigen la administración pública, identifica cuáles deben modernizarse y cuáles deben derogarse porque ya no responden a las necesidades del país. Y, por encima de todo, debe conocer y respetar profundamente la Constitución Política de la República de Guatemala, al jurar su cargo, el presidente no empeña una simple promesa: asume su compromiso solemne, con la Patria y con la historia.
El Estadista que el país merece no permitirá que aventureros políticos o circunstanciales pretendan manosear la Constitución. Nuestra Carta Magna es una de las más legítimas y la más duradera de nuestra historia democrática. Y debe ser defendida con convicción y firmeza. La honradez del gobernante no puede ser una consigna vacía; debe ser comprobada y comprobable. Idealmente, ese líder debe reflejar estabilidad personal y familiar, entendiendo que la familia es la base fundamental de la sociedad.
Gobernar exige sensibilidad social y capacidad de diálogo. El Estadista debe saber relacionarse con los guatemaltecos más humildes, comprender sus carencias y aspiraciones, pero también debe ser capaz de dialogar con los líderes empresariales y los dirigentes económicos del país. Gobernar para todos, y ese equilibrio solo es posible cuando existe conocimiento mutuo, sustentado en trayectorias y testimonios verificables. La relación con las fuerzas armadas es otro elemento esencial. El Ejército de Guatemala es garante de la soberanía nacional y reserva moral de la Nación. El Estadista debe conocerlo, respetarlo y ser respetado por sus miembros, manteniendo siempre el equilibrio institucional y democrático.
Finalmente, el Estadista no puede tener pensamiento de aldea, debe tener una visión internacional respaldada por estudios de alto nivel y por experiencias en otras latitudes. Guatemala necesita un líder con estatura global, capaz de conducir una política exterior digna, que nos haga respetar y no nos convierta en comparsa de intereses extranjeros. Es deseable, además, que mantenga cercanía con la academia, que valore el pensamiento crítico y defienda sin reservas la libre emisión del pensamiento, pilar indispensable de la República. Guatemala es un Estado laico, respetuoso de todas las creencias, pero sometido a ninguna. El Estadista entiende esa separación y gobierna con libertad de conciencia. En tiempos de incertidumbre no necesitamos improvisación ni populismo. Necesitamos un Estadista. Amén.
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