Ahora que leí una vivencia de mi amiga Hilda Morales, de sus primeros años de estudio en el INCA, vinieron a mi memoria algunos recuerdos que guardo del Instituto Normal Centro América, allá por la Recolección, que celebraba su fecha días antes del 15 de septiembre.
En la Escuela Normal formábamos un grupo de fiesteros que no dejábamos pasar ninguna celebración de los institutos y escuelas de secundaria, en donde dejáramos de estar presentes para darle al mambo, al merengue o al cha cha chá, ya fuera con la orquesta de Guillermo Rojas, la Tacaná o la Penagos, o con la Gallito o las Maderas Que Cantan, y entrar a la parranda como colados, invitados por alguna amistad o por último sacrificar unos dos quetzales y pagar la entrada.
Así que en el INCA, Belén, Instituto Central, ENCA, Escuela de Artes y Oficios o en el Hall, que nos quedaba en la vecindad, los fiesteros decíamos: ¡Presente! Y con esa lectura me recordé que en el año 1955, parece que el Ministerio de Educación ordenó que se arreglaran altares cívicos en homenaje a la fiesta patria.
En la Normal, como siempre rebeldes, nunca hicimos altares; pero sí se cumplía la orden en los establecimientos femeninos.
Cuando se celebró ese año la fiesta del INCA, estaban haciendo reparaciones al viejo edificio de la calle, frente a un predio municipal de los recolectores de basura de la ciudad.
La vieja pared del antiguo edificio, en donde antes funcionó la Escuela Politécnica y en un corto tiempo la Escuela Normal, estaba apuntalada con grandes vigas para que no se cayera y soportara los arreglos de los albañiles. Cuando principió la fiesta se armó un remolino de jóvenes que querían entrar sin pagar; pero la seguridad, que eran todos los varones del personal de servicio, lo impidió.
Entonces un grandulón del Aqueche, creo que de apellido Hasbun o algo así, descolgó una viga de la vieja pared y al estilo del oeste empezaron a decir a la una, a las dos y a las tres, y la puerta voló hecha trizas y el tropel de muchachos, incluyendo los que teníamos invitación, entramos en una turba y aparecimos en el cuarto en donde estaba el Altar Cívico.
Consumado el atropello, cada colado se esfumó entre todos los bailadores.
Cuando fui alfabetizador de los recolectores de basura, pagado por la Municipalidad capitalina, tarea más que imposible, al salir veía la puerta principal del INCA y me recordaba de mis años en la escuela Normal, cuando el 25 de septiembre, Día del Normalista, llevábamos serenata a las internas de Belén, el INCA y la Escuela de Artes.
En el patio central del INCA había una Ceiba y contaban que la sembraron los alumnos de la Normal cuando se trasladó al Barrio de Pamplona, más allá de la Aurora Nacional y más acá del Museo Nacional, y en el hoyo para sembrarla, los alumnos enterraron una botella con sus nombres, en recuerdo de la posada que no dieron por algún tiempo.
Quién sabe si eso era cierto, porque es seguro que la Ceiba aún está allí y la botella, también.
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